metió la nariz y sintió su olor. aquel buzo de lana encima del cuerpo desnudo en plena primavera le trajo un vestigio de aquel amor impracticable. el buzo, que había vegetado con solemnidad, olvidado en el armario todo el invierno, nunca había tenido contacto con él. sin embargo, al pasar el cuello de tortuga por su nariz, su olor le volvió al cuerpo. la seña más difícil de borrar de la memoria había quedado adherida, como la hoja de un herbario. por un minuto, se sintió hermosa. fuerte. alegre. le había robado algo sin querer, una cosa que él no usaría, ni siquiera con otra. un breve fragmento, casi imperceptible, de su olor. el olor resultaba un fetiche intangible para llevar a cualquier parte. era suave, no remitía a un macho cabrío. era un olor dulce, bastante singular. tal vez el olor de un hombre que prefiere el azúcar a la grasa saturada. no tenía el olor de otros, de animal herido, de cabra macho en celo, de bebé. al tenerlo otra vez ahí pudo compararlo con otros recuerdos de nariz que también habían sido agradables. por un momento tuvo ganas de masturbarse pero descartó la idea por fútil. ya no quedaba nada, sólo el olor y la satisfacción de haberlo sustraído sin permiso. del resto, no quedaba nada. ni una ilusión, ni una fantasía. ningún objeto o marca digna de adorar, ningún cuerpo para abrazar a la hora de la siesta. cerró los ojos y durmió hasta que llegó la hora de ir al banco. cuando caminó por la calle aquel encuentro formaba parte del olvido. a las dos de la tarde la avenida estaba en plena ebullición. se cruzó con un hombre joven que intentaba vender un perfume ordinario a una señora sesentona con cara de pocos amigos. el simulacro de seducción le pareció patético. debería estar prohibido-pensó- nadie debería usar el cuerpo para convencer de una compra a otra persona. se dio cuenta que si fuera así, caería una industria completa, tal vez toda la nación colapsaría y con ella, el mundo mundial. vio los espectros de los antiguos publicistas desplazándose cual zombies por la ciudad, después de la implementación estricta de su medida de ética absoluta. sonrió ante la posibilidad. después, entró al banco. cobró una buena suma pero no podía disponer de casi nada. de todos modos, quiso sentirse rica, entró en el quiosco de baratijas y se compró seis broches para el pelo. cuatro con flores y pinzas para hacerse unos moños pequeños, dos más grandes para armar peinados con más pelo. con aquel paquete excesivo de pertenencias salió otra vez, a conquistar el mundo.
miércoles, noviembre 16, 2011
sábado, noviembre 05, 2011
más o menos lo mismo
hizo un lugar para soltar la lágrima. el día recién había comenzado y eran pocos los autos que circulaban por la calle. tuvo miedo. le inquietó un hombre que caminaba a pocos pasos por la misma vereda y el que se movía en la esquina siguiente, que resultó ser un florista armando un puesto. si, aquel tipo tenía un puesto de flores casi en la nariz. ¡que nariz! difícil de dibujar, difícil de escribir, bonita para tocar. tal vez, pensaba que tenía ojos bonitos pero quien llevaba el arte de esa cara, era la nariz, un eje de improbable simetría que separaba su bien de su mal. metido en una gigantesca caparazón de miedos, pulida durante años por unas bellísimas manos, se atrevía a contar lo que ningún congénere sensato programaría para una primera cita. como una mujer desbocada, lanzaba un rosario de inseguridades, sombras, dudas, dolores, sin tenerse un ápice de piedad. horas más tarde, se le escapaba algún comentario tierno, constructivo, como por error. por momentos era gnomo, por momentos adulto, gigante, gato maduro o piso de mármol colocado en damero. un catálogo de matices que no aburría. si le latía el corazón, no se enteró. tampoco sería su primera vez con un extraterrestre. estaba tan suave como un recién nacido en una incubadora y besaba bonito, con todo el cuerpo y la cabeza levemente inclinada. estaba ahí, esperando que pasaran algunos hechos. cosas que pudieran resultar interesantes, asuntos que tuvieran alguna cosa que ver. desde unas fotos extrañas, le sonreían unos niños desconocidos, parecidos a los negritos que cuidaban unas monjas que siempre salían en la revista “el africanito“a la que estaba suscrita su familia. no había católicos en su casa, ni bautizados, mucho menos monjas o intereses en el áfrica. el motivo de la llegada de la revista era simple, más o menos lo mismo, alguien había abierto la puerta un día y no había tenido la lucidez de decirle que no a otra persona.
martes, septiembre 27, 2011
café dei illuminati
“ mi primer viaje a japón”... - espetó, apenas todos estuvieron sentados. después inspiró una mezcla de oxígeno y orgullo y siguió con su brillante soliloquio. la audiencia se conformaba por jóvenes funcionarios como él, que todavía necesitaban aprender sus técnicas para gestionar pasantías, becas y viajes de intercambio gracias a su trabajo académico. por el momento, se limitaban en venir a conquistar la provincia con sus saberes y en lo posible, sacar a los locales de la oscuridad cultural. una proba labor que acataban sin descontar una buena dosis de cinismo, que expresaban cuando estaban lejos del alcance de sus alumnos. una vez por semana, almorzaban en el café y conversaban de sus excitantes carreras. en la mesa había una suerte de pirámide y él, estaba sentado en la punta. por debajo, se distribuían las chicas, otro profesor más joven y menos avezado en el arte del auto-bombo y algún otro eventual invitado a departir. La charla tenía un volumen alto, de forma que el resto de las personas instaladas en el café pudieran enterarse que color se usaba en la capital. ellas representaban la nueva moda de la izquierda intelectual, habían abandonado las carteras artesanales en bandolera y las faldas hindúes a florcitas. no usaban prácticamente rulos, sino cortes más afrancesados, camisas al cuerpo, faldas con estampados “a la gucci” y el infaltable saquito corto. ellos habían logrado la evolución gracias a ponerse buzos de colores y usar anteojos con armazón rectangular, algo que los hacía sentir muy sofisticados. en el tercer viaje a Japón los comensales empezaron a perder los modales, dejaron de hacer preguntas, dialogaron entre sí, alguno se levantó para ir al baño y otro pidió la cuenta. a esa altura, la proeza no le quitaba el sueño a nadie.
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rebecca milans
jueves, agosto 18, 2011
10 dias sin besar
al principio fue una ampollita que estaba encima del labio y molestaba. entonces se la rascó y pareció romperse. esperó unos días y la ampollita se convirtió en una mancha roja de forma triangular. discreta pero con cascarita. buscó y se enteró que su sospecha estaba a punto de confirmarse: herpes simple. una diminuta porquería contagiosa de esas que no se pueden sacar, ni maquillar, ni curar con velocidad. esa misma tarde, después que durmió la siesta, la peste se habia extendido al borde del labio inferior. la muy infeliz, se duplicaba. por un momento temió que la invasión de la mancha la terminara tapando, pero no había marcas en otras partes del cuerpo. no importaba, lo de la boca, era imperdonable. empezó a pensar cual podría ser el origen de la peste,quizás había estado nerviosa en los últimos días, tal vez le habían bajado las defensas. creyó que nunca se agarraría esa peste, que era la que se agarraban los blandos o los que se inmuno-deprimen. después recordó en un encuentro reciente, con un casi desconocido y la frase de aquella amiga, que le dijo : “ esto me lo hizo un sucio “, con respecto a un mal contagioso de por vida. cuanto más lo odiaba, la marca se extendía más. pero las cosas no terminaron tan mal, alguien le pasó el nombre de una medicación super poderosa, carísima, que en menos de 48 horas le borró cualquier muestra ingrata. cuando volvió a registrarse la cara y todo estaba limpio, pensó de que manera podía agradecer semejante milagro. tal vez contratar una batería de murga para que honrara a la divinidad de la piel, quizás llevar un mazo de ruda a la estatua de santa rita para asegurarse una sagrada distancia a aquel infeliz.
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sábado, julio 30, 2011
la lista de los viudos
había empezado a crear una lista de viudos apetitosos contraviniendo los clásicos consejos de amigas que indican siempre que competir con un amor que se encuentra en el más allá es realmente imposible. a veces era conveniente ir contra los consejos de los demás y establecer un camino propio de errores para recorrer con fruición. siempre existía un porcentaje de hombres que, más allá de ser viudos, estuvieran interesados en volver a empezar. todo le parecía absurdo y por eso invertía algunas horas al día revisando avisos fúnebres, convocatorios para misas recordatorias y otras fuentes de información fidedignas sobre hombres abandonados por sus mujeres por “causas naturales” y de las otras. según entendía los viudos eran hombres con una experiencia en comprometerse, con un pasado y seguramente un presente más bien estable, partidarios de una vida sencilla y familiar. el paraíso para cualquier guerrera agotada de transitar en los brazos del destino incierto. una base en la que recalar para descansar los huesos después de tantas frustraciones en la batalla continúa del amor. un remanso merecido al fin. un rincón en el que refugiarse de las penas y el vértigo. una nueva manera de vivir sin sobresaltos. quizás, el sitio secreto en el que encontrar la plenitud tan buscada. cerró los ojos y encontró una imagen nueva en su cerebro: estrellitas brillantes sobre un fondo azul, como de terciopelo. algo parecido a un diseño de dudoso gusto pintado en el túnel de un parque de atracciones. sintió el olor dulzor del azúcar inflado y tuvo un breve espacio para una nausea. al despertar de este breve y fundamental viaje reparó en los cincuenta nombres que tenia registrados con datos abundantes en una planilla de cálculo en las que se incluían columnas sobre cantidad de hijos, profesión, amantes conocidas, religión, costumbres gastronómicas y lugares habituales de recreación, se dio cuanta que aquella lista era realmente valiosa y que podría emprender un negocio de citas para otras mujeres que pudieran estar verdaderamente desesperadas. buscó en su teléfono el número de un hombre que, por su carácter de “pasajero”, resultaba toda una garantía.
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domingo, julio 17, 2011
escuchando a la falsa
en la mesa junto a la balanza estaban ella y su vulgar imitadora, la falsa suicida. el límite parecía difuso cuando conversaban intercambiándo sensaciones de ahogo, despedidas, rupturas y confusiones. cada tanto, alguna aclaraba no haber actuado por amor. ni por desamor. ni por despecho. no había razón aparente que justificara esa pulsión de cortarse las venas, tirarse de cabeza del balcón para abajo o dormirse en un colchón de ochenta pastillas de rohypnol.
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