el que maneja está un poco loco y muy tatuado, lleva un tigre en la espalda y dragones en los brazos y cree que los dead kennedys son la única música posible en el universo. pero le tengo confianza, algo visceral que me dice que me llevará a buen puerto sobrio o borracho, de día o de noche. dejo que se haga cargo del volante y de a ratos elijo un tramo de ruta para distraernos un poco de nuestro viaje desde el este al este. son cuatrocientos kilómetros de sol fuerte, casi vertical de a ratos. vamos al confín mismo del territorio, más allá de lo civilizado, más allá de lo salvaje. el auto responde y el ánimo del equipo está alto. no me gusta charlar mucho en la ruta, prefiero distraer los ojos contando postes o pájaros en los alambres. no es nuestra primer carretera juntos pero la vivimos con novedad, más allá que exista la posibilidad de quedar rostizados por el calor de 38 grados que derrite el asfalto como si fuera simple crema pastelera. vamos hasta el paraíso mismo de la piedra, a una especie de capital mundial del formón y el pico. después de la recorrida habrá un almuerzo bajo unos árboles centenarios y una siesta campesina que nos permitirá olvidarnos por un rato, de todo.
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