cuando era niña mis padres tenían una enorme dificultad para desprenderse de los mormones y otros grupos religiosos que acosaban su puerta. quizás fuera por eso que siempre había ejemplares de la atalaya y bonos de cualquier tipo de iglesia aun en los tiempos en los que el dinero escaseaba. mi publicación favorita se llamaba el africanito y traía noticias de los niños desnutridos del africa que eran atendidos por las monjas de no se que congregación a la que nosotros, toda una familia entera de sudamericanos pobres sin bautizar, ayudábamos con nuestra suscripción anual. una vez descubrí un programa que permitía adoptar de alguna manera a un niño africano y colaborar con el para que se hiciera un hombre de bien. nunca tuve la posibilidad de extender tan largo la mano. pero algún resquicio de aquellas monjas me delata. hace unos años que almuerzo con un mendigo negro de dos metros que siempre estaá tendido a la sombra, en el jardincito del mac donalds de santa mónica. él es gigante y gentil, está siempre enfundado en ropas marrones abrigadas y usa una cantidad de pequeñas cacerolas y sartencitas de aluminio que le cuelgan del cuerpo, como una suerte de bijouterie de sofisticado diseño. seguramente quiso actuar en la ciudad de las estrellas y terminó ahí, como un vagabundo más de la costa oeste. cuando llego a la ciudad voy a buscarlo a su circuito habitual y como ya conozco sus preferencias gastronómicas le acerco una bandeja y comemos.
2 comentarios:
Es que la buena educación recibida no se pierde y ¿para qué perder los buenos sentimientos?
¿ como nos lo educaran en los buenos sentimientos ?
Publicar un comentario