domingo, mayo 08, 2005

giocondo

nunca tuve un conejo. el único que pasó por mi casa fue un conejo que mi padre compró en la feria, a una edad en la que yo no requería una mascota, para que mi madre lo usara de modelo y lo realizara en barro. en un arrebato creativo, el conejo fue bautizado giocondo por mi hermana mayor ya que se esperaba que el animal sirviera de inspiración para una obra maestra de mi progenitora, la artista de la familia. en su primer día en el taller el animal demostró no estar a la altura y se engullo sus excrementos a la vista de todos. giocondo no tenía un sexo definido pero sospechábamos que era macho. dividía su tiempo entre comer sus heces y comer cualquier otra cosa que pudiera estar en su camino. cables, por ejemplo. su jaula, por ejemplo. las sillas de paja y madera del taller y toda superficie más o menos digerible tras la pasada de sus potentes y destructivos dientes. un día descubrimos que el apetito voraz del conejo le impedía cumplir otras funciones como el dormir. para él, daba lo mismo la noche o el día y nuestras alternativas se dividían entre alimentarlo con una verdulería entera o dejarlo comerse sin sal ni pimienta todo lo que existía en nuestro hogar. incluidas las pantuflas de cuero de mi padre y las joyas de la abuela. un día mi madre, dijo que ya había pasado el tiempo de modelar a giocondo, que había crecido y había perdido las bellas proporciones de la infancia. ahora ya no tenia la cabeza del mismo tamaño del cuerpo, como cuando era un bebé y se parecía a un bicho destinado a alegrar una cacerola con muchas papas. en ese momento, el conejo pareció, por primera vez, comprender algo dicho por un humano y tuvo su despertar sexual. el deseo por comer fue sustituido por el deseo por reproducirse y empezó a hacer campaña con una empleada del taller que después de un par de intentos toleró trabajar el resto del día con el animal en la falda. el secreto fue develado, ella tenía una coneja en su casa. así que arreglamos un matrimonio por conveniencia y le dimos a giocondo, quien fue un padre útil y realizado, en alguna otra parte de la ciudad.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo tuve una paloma atrevida que me la regaló un compañerito de la escuela que gustaba de mi. Pero en casa estaba el Falucho, perro de pocas pulgas y muchas mañas. Pues la paloma le comía la comida del plato, le caminaba por el lomo y Falucho nada...Hasta que un día le colmó la paciencia y simplemente le largó un manotazo desde donde estaba tirado al sol...Chau paloma...Triste destino de una mascota...

Rebecca Milans dijo...

hubo una paloma en casa, se llamo transitoria pi y efectivamente, cuando le crecieron las alas, se fue

unsologato dijo...

Encantador relato. Leído mientras Mavra, el gato de la casa ronroneaba sobre mis piernas, Mavra sólo ronronea no piensa en gatitas, para eso estoy yo. Me gustó tanto esto que te agrego a hora mismo a mis links.
Ósculo felino con felicitaciones por tus letras y abrazo de gato!!!

El nombre del conejo: genial!!!

Rebecca Milans dijo...

bienvenido unsologato, yo a veces tambien escribo con una felina en la falda, sobre todo ahora que vino el frio. el conejo se llamaba giocondo nomas, este fin de semana lo estuvimos recordando con mi familia, mi madre dice que para ella, terminó en una cacerola pero nunca nos lo quiso decir

Anónimo dijo...

Es un final digno para un conejo, porque dentro de l galera del mago los hubiera vuelto vegetarianos a todos.
Te sigo leyendo sobre el tejado de invierno.
Saludo felino!!!